En
defensa de la tristeza, contra el mundo feliz neoliberal
Albert
Trott
La
tristeza es constitutiva de la experiencia vital del ser humano. Se está
triste, cuando se pierde a un ser querido, cuando se pierde un trabajo, un
amor, una amistad, cuando se corta un árbol, o se maltrata a un ser querido, a
un ser vivo, a un animal, cuando se contaminan nuestros mares, aires , lagunas,
bosques, ante el genocidio armenio o palestino, ante las víctimas de la bomba
atómica en Hiroshima, ante el holocausto judío en Alemania, ante el genocidio
argelino, ante la masacre al pueblo sirio e iraquí, ante un paquete de
austeridad económica que resta derechos laborales, que disminuye salarios o
aumenta la jornada de trabajo, ante la privatización de nuestros parques
públicos, agua y cielos, ante el robo de nuestros fondos de ahorro para la
vejez...
A
la tristeza, puede suceder la indignación y la impotencia, y la necesidad de
insubordinarse contra un orden inmoral e injusto, para disminuir aquello que la
produjo, ya sea cuestionando los causantes o responsables de esa tristeza, las
diferentes formas de maldad o destruyendo radicalmente lo que la produjo.
La
tristeza que trasciende, es aquella que tiene su origen en lo
social, fuera del sujeto, y que le lleva a éste a cuestionarse si vale la
pena existir con la consciencia de ser, en cierto modo, cómplice indirecto o
directo, con las fuentes de esa tristeza: la desigualdad, la pobreza, las
enfermedades como armas de guerra, la guerra, la violencia, la contaminación,
el terrorismo de estado, la muerte de un ser querido, etcétera.
Así,
podríamos decir que han surgido teorías sociales, que trataron de reducir
las fuentes de un estado triste de existencia , del mal en el mundo, y que son,
por así decirlo, testimonios escritos de las fuerzas productoras de un estado
triste en el mundo.
Es
el sentimiento de tristeza, y no su ausencia, lo que permitió hablar y
escribir sobre ella, –en
contraste con el optimismo siempre creciente, anclado en la fe a la razón
ilustrada, la evolución positiva de la ciencia[1]--,
porque el estar capturado de tal sentimiento, convierte al que lo padece, en
un espejo viviente de las miserias de su mundo[2]
–precisamente después de las grandes catástrofes acaecidas durante la primer
mitad del siglo XX, que tiraron por la borda o dejaron en suspenso esa confianza
excesiva en la razón ilustrada y científica--, con lo cual poder ofrecer a los
que caminan sin consecuencias, a los omnicontentos y bien adaptados, el recuerdo
de las tareas pendientes por resolver, de las heridas lacerantes y abiertas
aún.
Pero
hay voces que llaman a acallar, todo el tiempo, la tristeza, a través de
manuales de autoayuda, a través de Coaching empresarial, de medicamentos
psiquiátricos, terapias psicológicas, del Fitness, del Gym, del Shoping, de las
prisas sin fin, a través de la idealización del optimismo, y la sonrisa
estática y fija de Mickey Mouse, para mantener en equilibrio el sistema
productivista, acumulativo y empresarial[3].
Es
una herejía, hoy en día, desear estar solos, sin hacer nada, pensando, leyendo
un libro, entregados en la ensoñación, entumecerse en la angustia producida por
un amor, soñar despiertos, sin la camisa de fuerza de las obligaciones externas
de un trabajo esclavizante, o bien, al margen de un trabajo que exige por
encima de todo rendimiento y eficiencia, y ello, para generar beneficios ajenos.
Herejes
son todos los que no responden correctamente a la sociedad del rendimiento y la
productividad sin más, del éxito y de la alegría aséptica al conflicto y
temerosa a todo movimiento social, intelectual y político que atente contra esa
armonía y corrección política simulada, donde nada en esencia debe cambiar.
No
parecen tiempos propicios para la tristeza, y sin embargo, la gente sigue acudiendo
de manera espectacular y en masa a servicios de autoayuda, redirigiendo el
potencial de dicho sentimiento, hacia el optimismo del propio sistema.
Urge,
en éstos tiempos de alegría en serie, de emociones dictadas por el habitus
empresarial[4],
una tristeza competente y con dientes[5], con capacidad para convertirse
en una insurgencia epistémica y emancipatoria[6],
frente a éste optimismo sin fin, de la sociedad del espectáculo consumista y
mercantil.
[1] August Comte, sociólogo
francés del siglo XIX, fundador de la ciencia positiva, o positivismo,
promulgaba que la sociedad evolucionaría por una serie de estadios : e.
teológico, e. metafísico y e. racional.
[2] Pienso en todos aquellos,
hombres y mujeres, en la historia de las ideas filosóficas, en las artes, en la
política o la escritura, que supieron compenetrarse con los dolores y las
miserias de su época, expresando descarnada y con gran lucidez, las maldades
cometidas por “el hombre contra el hombre”, denunciando y proponiendo nuevas
relaciones con el mundo, la naturaleza y la humanidad, con el cosmos, algunos
con mayor profundidad quizás, pero finalmente, ofreciendo una contravisión, a los poderes establecidos, al
terrorismo ideológico y económico.
[3] Illouz, Eva.
(2007). Intimidades congeladas. Las emociones en el capitalismo. España:
Katz Editores.
[4] Idem.
[5] Sousa Santos (2017) habla de una
epistemología o una filosofía con dientes, es decir, capaz de subvertir
ideas preestablecidas, desocultar y además, producir acciones emancipatorias.
También habla de una ciencia de retaguardia, que camine al lado de --en
vez de frente de--, los que sufren, y luchan desde abajo.
[6] Sousa habla de una “pedagogía del
conflicto”, y de una “epistemología desde el sur”, que responda a los intereses
y a los saberes de los excluidos y postula también una “sociología de las
ausencias”, para dar voz a todas a las experiencias de hacer y de saber, de los
otros invisibles en los países del sur colonial africano, asiático y
latinoamericano.