sábado, 15 de febrero de 2020


En defensa de la tristeza, contra el mundo feliz neoliberal
Albert Trott



La tristeza es constitutiva de la experiencia vital del ser humano. Se está triste, cuando se pierde a un ser querido, cuando se pierde un trabajo, un amor, una amistad, cuando se corta un árbol, o se maltrata a un ser querido, a un ser vivo, a un animal, cuando se contaminan nuestros mares, aires , lagunas, bosques, ante el genocidio armenio o palestino, ante las víctimas de la bomba atómica en Hiroshima, ante el holocausto judío en Alemania, ante el genocidio argelino, ante la masacre al pueblo sirio e iraquí, ante un paquete de austeridad económica que resta derechos laborales, que disminuye salarios o aumenta la jornada de trabajo, ante la privatización de nuestros parques públicos, agua y cielos, ante el robo de nuestros fondos de ahorro para la vejez... 

A la tristeza, puede suceder la indignación y la impotencia, y la necesidad de insubordinarse contra un orden inmoral e injusto, para disminuir aquello que la produjo, ya sea cuestionando los causantes o responsables de esa tristeza, las diferentes formas de maldad o destruyendo radicalmente lo que la produjo. 

La tristeza que trasciende, es aquella que tiene su origen en lo social, fuera del sujeto, y que le lleva a éste a cuestionarse si vale la pena existir con la consciencia de ser, en cierto modo, cómplice indirecto o directo, con las fuentes de esa tristeza: la desigualdad, la pobreza, las enfermedades como armas de guerra, la guerra, la violencia, la contaminación, el terrorismo de estado, la muerte de un ser querido, etcétera.

Así, podríamos decir que han surgido teorías sociales,  que trataron de reducir las fuentes de un estado triste de existencia , del mal en el mundo, y que son, por así decirlo, testimonios escritos de las fuerzas productoras de un estado triste en el mundo. 

Es el sentimiento de tristeza, y no su ausencia, lo que permitió hablar y escribir  sobre ella,     –en contraste con el optimismo siempre creciente, anclado en la fe a la razón ilustrada, la evolución positiva de la ciencia[1]--, porque el estar capturado de tal sentimiento, convierte al que lo padece, en un espejo viviente de las miserias de su mundo[2] –precisamente después de las grandes catástrofes acaecidas durante la primer mitad del siglo XX, que tiraron por la borda o dejaron en suspenso esa confianza excesiva en la razón ilustrada y científica--, con lo cual poder ofrecer a los que caminan sin consecuencias, a los omnicontentos y bien adaptados, el recuerdo de las tareas pendientes por resolver, de las heridas lacerantes y abiertas aún.

Pero hay voces que llaman a acallar, todo el tiempo, la tristeza, a través de manuales de autoayuda, a través de Coaching empresarial, de medicamentos psiquiátricos, terapias psicológicas, del Fitness, del Gym, del Shoping, de las prisas sin fin, a través de la idealización del optimismo, y la sonrisa estática y fija de Mickey Mouse, para mantener en equilibrio el sistema productivista, acumulativo y empresarial[3].

Es una herejía, hoy en día, desear estar solos, sin hacer nada, pensando, leyendo un libro, entregados en la ensoñación, entumecerse en la angustia producida por un amor, soñar despiertos, sin la camisa de fuerza de las obligaciones externas de un trabajo esclavizante, o bien, al margen de un trabajo que exige por encima de todo rendimiento y eficiencia, y ello, para generar beneficios ajenos.

Herejes son todos los que no responden correctamente a la sociedad del rendimiento y la productividad sin más, del éxito y de la alegría aséptica al conflicto y temerosa a todo movimiento social, intelectual y político que atente contra esa armonía y corrección política simulada, donde nada en esencia debe cambiar.

No parecen tiempos propicios para la tristeza, y sin embargo, la gente sigue acudiendo de manera espectacular y en masa a servicios de autoayuda, redirigiendo el potencial de dicho sentimiento, hacia el optimismo del propio sistema.

Urge, en éstos tiempos de alegría en serie, de emociones dictadas por el habitus empresarial[4], una tristeza competente y con dientes[5], con capacidad para convertirse en una insurgencia epistémica y emancipatoria[6], frente a éste optimismo sin fin, de la sociedad del espectáculo consumista y mercantil.






[1] August Comte, sociólogo francés del siglo XIX, fundador de la ciencia positiva, o positivismo, promulgaba que la sociedad evolucionaría por una serie de estadios : e. teológico, e. metafísico y e. racional.
[2] Pienso en todos aquellos, hombres y mujeres, en la historia de las ideas filosóficas, en las artes, en la política o la escritura, que supieron compenetrarse con los dolores y las miserias de su época, expresando descarnada y con gran lucidez, las maldades cometidas por “el hombre contra el hombre”, denunciando y proponiendo nuevas relaciones con el mundo, la naturaleza y la humanidad, con el cosmos, algunos con mayor profundidad quizás, pero finalmente, ofreciendo una  contravisión, a los poderes establecidos, al terrorismo ideológico y económico.    
[3] Illouz, Eva. (2007). Intimidades congeladas. Las emociones en el capitalismo. España: Katz Editores.
[4] Idem.
[5] Sousa Santos (2017) habla de una epistemología o una filosofía con dientes, es decir, capaz de subvertir ideas preestablecidas, desocultar y además, producir acciones emancipatorias. También habla de una ciencia de retaguardia, que camine al lado de --en vez de frente de--, los que sufren, y luchan desde abajo.
[6] Sousa habla de una “pedagogía del conflicto”, y de una “epistemología desde el sur”, que responda a los intereses y a los saberes de los excluidos y postula también una “sociología de las ausencias”, para dar voz a todas a las experiencias de hacer y de saber, de los otros invisibles en los países del sur colonial africano, asiático y latinoamericano.

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